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DE FILOSOFÍA Y COSAS PEORES

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Michael Torresini

Fue muy aburrido y triste tener que hablar de la pandemia durante más de dos años. Afortunadamente ya no lo tengo que hacer, así que aprovecho para hablar de la endemia. Una pandemia es una enfermedad difundida en todo el mundo, una endemia sólo en un lugar. La constante entre las dos es que yo, como misionero de la cultura, de la inteligencia y de la filosofía, he abogado por el uso de la razón por arriba de las costumbres, las tradiciones y las sensaciones en general, pues este es el grano de la columnilla que escribo en La Crónica desde quince años casi: estar siempre al mando de nuestras acciones que deben siempre ser el producto de la razón, de la inteligencia que ha de guiarnos. Para mi la costumbre es la gran traba de libertad, pues se vuelve como una mano invisible que nos hace hacer las cosas sin pensar, obedeciendo las sensaciones en lugar de la razón. Antes repetía de no contagiarse a la gente que se contagiaba voluntariamente en los entierros de familiares, ahora me gustaría pedir a mis lectores y a quienes me escuchan de darse una estropeada de párpados, de ver lo real como es y no sólo como nos aparenta. Lo digo seguido a mis pacientes obesas, aclaro que los huesos no aumentan con el peso, que, si nuestra calavera está hecha para soportar 50 kilos, no va a funcionar bien con cien. Es una forma de sobrecarga como la de un vehículo. Pesar el doble de lo normal es obviamente detrimental para…todo.
Decirlo a mis pacientes es fácil, pues es parte de todo lo que les digo para curarlas, soy aceptado como médico, pero decirlo a todo el radioescucha, y en el noticiero más importante de la región, vaya, admito que me da mucha pena. Pero acabo de decir que el grano de toda sabiduría es superponer la razón a los sentidos, y en este contexto estrictamente sopesar los pros y los contras que, finalmente, es lo que hay que hacer para sacar decisiones sabias. Si dejamos la psicología a lado y simplemente consideramos cuanto beneficio pueden tener mis palabras, vale la pena entrar en el tema. México ha superado EEUU como el país con más obesos del mundo y adelgazar es una de las promesas que más se ve en toda forma de publicidad, es un negociazo que da escasos resultados porque la estupidez humana es infinita. No se enojen conmigo, lo decía Einstein, el epitome de la inteligencia humana. Adelgazar es la cosa más sencilla del mundo: cada vez que le da hambre tome un litro de agua. Si el estómago protesta por vacío, hay que llenarlo con algo, y el agua es lo mejor. No acuerdo cuantos días podemos vivir sin comer, pero sé que son muchos, así que no se preocupen por esto.
Y a parte la sustitución de comida por agua, hay que olvidarse de las costumbres alimenticias mexicanas que son entre las peores del mundo-mucha grasa animal, mucha sal y mucho azúcar. Usted vaya al mercado y vean si pueden encontrar un jugo de fruta que no sea azucarado, tan dulce que me resulta asqueroso tomarlo. ¿Por qué? Porque uso la razón y me acostumbré a tomar todo no amargo, sino muy poco azucarado. Mismo concepto aplica a la sal: pongan un tercio de la sal que usan ahora y verán que en breve así le gustará, y si asaran la sal que acostumbraban a usar antes, le parecerá demasiado salado.

Y ni es necesario sufrir, pues con un pequeño esfuerzo inicial se usa la mitad de la sal, le parecerá insípido al comienzo y pronto se acostumbrará-y si pusiera la misma cantidad de sal que antes le parecía normal, quedará asqueado por lo salado.