* La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes. Camelot.
SABADO DE VIAJES/ESCRITA EN MADRID (AÑO 2008)
Camino la madrileña calle del Carmen, me hospedo en el hotel Liabeny, reconocido en la vox populi de la paisanada como la embajada de México en Madrid, porque aquí se hospedan la mayoría de mexicanos y mexicanas cuando vienen a Madrid, una zona muy peatonal donde está todo: la tienda del Real Madrid para los suvenir, los cafés parisinos a la calle, El Corte Inglés, teléfonos, perfumerías y tiendas de electrónicas y la Cava Baja con sus grandes restaurantes, Sobrinos del Botín y Casa Lucio y, a unos cien metros la Gran Vía, la que Lara inmortalizó alfombrando de claveles en aquel chotis llamado Madrid.
El frío comienza a alejarse. Después de estar a un grado y con un congelamiento del carajo, el sol sale a cuenta gotas, quema pero no calienta, cuantimás cuando se camina contra el aire. Comienzo a recibir por correo las recomendaciones, me escribieron para ir al Landó, un restaurante perrón. Lo conozco, hace años me llevó mi hijo Juan Carlos a cenar, y en ese lugar, como en muchos de Madrid, los dueños siempre presumen una foto del rey y la reina debidamente autografiados, y de Luís Miguel, Julio Iglesias, la Penélope, Almodóvar, ahora Javier Barden y pronto tendrán una mía, cuando sea famoso como Kamalucas (+). Llama mi atención al abandonar el hotel que a unos pasos forman fila viejecitos y viejecitas de la tercera edad. Son muchos. Pensé de inmediato que esperaban camión pero no, se forman porque la municipalidad y los teatreros les dan una función una vez a la semana por solo tres euros, algo aceptable y encomiable. El arte al alcance de la mano de sus jubilados.
MAS DE MADRID
El sábado aún me dio tiempo de darme otra escapadita y ver al Real Madrid contra el Espanyol, ahora en su juego de liga, verlos dos veces por semana es algo para Ripley. Pero así me tocó; la Champion y la Liga.
Comienza a impregnar en mi cuerpo y mente el Síndrome del Jamaicón, es decir, extraño la tierruca y me voy de regreso en menos que canta un gallo. No me entra el síndrome por la comida, que aquí no recorrería el mundo para comer todo lo comible, aunque tenga en casa mi cocinera, que es de primera. Es la nostalgia que le invade a uno que no es Marco Polo, un tipo que se la vivía viajando por todos lados. Dejo Madrid y parto para Valladolid. De Valladolid recuerdo sólo que en la escuela primaria nos decían la antigua Valladolid, hoy Morelia. La ciudad que le cambió el nombre en homenaje a Morelos, el Siervo de la Nación. Antes era gachupa, hoy morelense. Voy a Chamartin, la otra terminal de sus trenes, tomo un AVE y por solo 20 Euros voy volando hacia el norte de España. Ahora no voy a la Cantabria, a Santander, solo a la zona Palentina, aquella que Franco hizo granero de España, algo que el exgobernador, Agustín Acosta Lagunes pensó hacer en Veracruz, con su granero y yunque.
